Empezaremos por la Torre de Belém, por algún motivo que desconozco se me antojó cómo un lugar horrible al que no me apetecía nada ir, imagino que el hecho de que se encontraba bastante alejado de casi todo, ayudó a esa idea.
Pero tengo que reconocer que después me hubiese tirado de los pelos si no llegamos a ir, ya que aparte de que el emplazamiento es precioso, el lugar vale la pena ser visitado.
Eso sí, cómo ya digo, hay que darse una excursión en tranvía primero y luego andando un buen trecho, para llegar.
Una vez allí, si tienes alma de aventurero, vivirás auténticos momentos de terror al tratar primero de subir, esa el la parte fácil, y después bajar la estrechísima escalera de caracol que te permite ir subiendo y bajando los distintos pisos de la torre, ya que la gente se empeña en subirla y bajarla simultáneamente, sin baranda y llena de gente, así que la cosa se puede convertir en una hazaña èpica.
Eso sí, si pierdes pie no te preocupes, con la de gente que hay seguro que alguien te agarra para que no te des de morros en el suelo.
Una vez has llegado arriba, descubres que ha valido la pena, aunque hayas invertido casi una hora, las vistas marítimas son preciosas.
Justo al lado de la Torre, está el Monumento a los Descubrimientos, nosotros hicimos una visita rápida sólo por fuera.
Cerca de allí y aprovechando el desplazamiento, encontramos el Monasterio de los Jerónimos, si al llegar os encontráis con una cola kilométrica para entrar, que no cunda el pánico, habitualmente esa cola es para la misa de la capilla que hay justo al lado de la entrada, así que hay que fijarse para no hacer cola inútilmente (no hacer el primo turista, vaya), ya que para el propio Monasterio no suele haber mucha cola.
El día de nuestra visita había demás una exposición fotográfica expuesta en paneles a través de los pasillos del Monasterio.
Esta visita es sin duda más tranquila, sin riesgos de despeñamientos, ni accidentes varios cómo vimos en la Torre, el tiempo no nos acompañó durante el rato que estuvimos por allí pero se puede pasear bajo cubierto sin riesgo a mojarse aunque caiga algún chaparrón ocasional.
Otra de nuestras visitas fue al Acueducto de las Aguas Libres, que también se halla algo apartado de las rutas más concurridas para el turista.
El Acueducto tiene más de 19 km de largo, sin embargo sólo se puede visitar una parte del mismo, apenas unos cientos de metros, así que no hay que espantarse cuando se compruebe que es más largo que un día sin pan, ya que el trecho visitable se puede cubrir en unos 40 minutos a paso relajadísimo.
El Acueducto tiene dos sentidos, se puede cambiar de sentido a la vuelta por ejemplo, si cruzas por una de las puertas abiertas del túnel que custodia las cañerías internas.
Nosotros lo visitamos una mañana y no nos encontramos con nadie.
Por último y un poco a la carrera, visitamos, aunque sólo por fuera, ya que aún no estaba abierta, la Catedral de Lisboa, una catedral ubicada entre dos de las calles que recorre el tranvía 29, nuestro trasnporte principal durante los días que estuvimos en la ciudad.
Al encontrarse entre unas calles pequeñas y no disponer de aceras demasiado anchas, la tarea de sacarle fotos se hizo difícil, resultando muy complicado encontrar un buen ángulo sin morir atropellado por un coche o un tranvía. Nos quedamos con las ganas de entrar, seguro que a la próxima lo conseguimos.
2 comentarios:
Bueníssimas fotos!!!!
El aqueducto es al lado de mi casa!
Ez, las fotos regulares, pero gracias :DDDD
Que si está al lado...pero si se veía tu terraza!!!!!
Besos
Publicar un comentario