Era la primera vez que salía de España, la primera vez que volaba desde los 12 años, ya no recordaba ni cómo era, la primera vez que cogía un ferry, la primera vez que consciéntemente, viajaba al sur de mi país.
Era la primera vez que iba a una boda por ganas y no por protocolo.
La verdad, es que salvo por algunas cosas, nunca me sentí demasiado en otro país.
El aspecto de las cosas, el clima, la gente, podría ser España hace unos cuantos años.
Los marroquíes conducen cómo locos, eso sí da miedo y cuando te tiras la mitad de 12 días viajando en coche, hace que reces todo lo que sepas, por qué no sabes si llegarás de una pieza.
Lo mejor, el contraste en tantas y tantas cosas, el ir, no de turista, sino de invitado a las casas, el conocerlo todo a fondo.
Ir al mercado en pijama marroquí, sin bolso, sin nada en los bolsillos, y ver cómo se giraba todo el mundo sin entender muy bien por qué esta extranjera llevaba ropa árabe de andar por casa, de toda la vida.
Encargar el ramo de la novia en un mercado lleno de flores, con un dependiente que flipaba en colores ante mis peticiones e indicaciones.
Lo peor, la peligrosidad, la represión, el impacto emocional de algunas cosas que desapruebo profundamente.
El tener que medir el largo de mi ropa casi todo el tiempo.
Marrakech, cuidad turística dónde las haya, agobiante, sofocante, me ponía los pelos de punta.
La boda, espectacular sin duda, la ropa, el sitio, la música.
Tres largos días de boda, dónde todo es una locura, dónde los novios quieren que termine ya, a pesar de las sonrisas, los regalos y las reuniones.
Tánger parece una ciudad recién salida de una guerra, con solares vacíos, casas a medio construir, los dueños esperan a reunir dinero para continuar, todo se vende, todo se compra.
Casablanca, es la más moderna, tanto que no parece que estés en un país árabe.
Marrakech, la que mejor maquilla sus dos caras, vive para el turismo, aunque en cuanto te sales de la zona marcada, ves los tremendos contrastes de esta ciudad.
Momentos? hubo muchos, el domingo de la boda, todos vestidos de boda, claro, a la mora nosotras, despidiendo a mi chico que volvía antes, en el puerto, a las 5 de la mañana, los encuentros no muy gratos, con las fuerzas del orden, los paisajes agrestes y a veces desolados, de nuestros viajes en coche...
En uno de esos viajes, mirando por la ventana, viendo el paisaje rojo, supe, que durante muchos años, esas visiones poblarían mis sueños, los paisajes de África, serían recorridos de nuevo.
Es cómo vivir dos veces
A la vuelta de nuestro viaje a Marruecos, más mío que nada, ya que fuí yo la que estuvo 12 días, sentados en la terraza comunitaria en casa de unos amigos, a la luz de las velas, bebiendo unas copas de vino, de madrugada, después de una cena maravillosa, empezamos a hablar de cómo había sido la estancia por aquellas tierras.
Mientras desgranábamos recuerdos, uno de los contertulios, emocionado e inspirado por la esencia del viajar en sí mismo, nos dijo aquello de; -ya lo decía el poeta, viajar, es cómo vivir dos veces.
La frase, me pareció de lo más acertada, de hecho, estuvo semanas rondándome por la cabeza, para qué podrá servir esta bella frase, me preguntaba, hasta que nació este blog y supe que nombre debía llevar.
Así que, aquí está parte de esa segunda vida.
Mientras desgranábamos recuerdos, uno de los contertulios, emocionado e inspirado por la esencia del viajar en sí mismo, nos dijo aquello de; -ya lo decía el poeta, viajar, es cómo vivir dos veces.
La frase, me pareció de lo más acertada, de hecho, estuvo semanas rondándome por la cabeza, para qué podrá servir esta bella frase, me preguntaba, hasta que nació este blog y supe que nombre debía llevar.
Así que, aquí está parte de esa segunda vida.
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